viernes, 12 de noviembre de 2010

Repudio el silencio cobarde de tantos…

No quiero dejar pasar más días sin alzar la voz en defensa de un templo católico amenazado de muerte por el revanchismo de la izquierda. Un revanchismo utilizado como justificación para cubrir el laicismo, máscara del actual anticlericalismo, turbio y grotesco, a veces hasta grosero y chabacano, que es uno de los referentes ideológicos heredados del marxismo que conforman el nuevo credo socialdemócrata.

No quiero dejar pasar más días sin mostrar el apoyo público de una formación política, que no se avergüenza ni tiene complejos a la hora de asumir el catolicismo como fundamentación de su credo ideológico, a una Comunidad religiosa, los benedictinos del Valle de los Caídos, a la que se quiere obligar a abandonar la custodia y la guarda de un lugar sagrado para así poder destrozarlo a placer.

No quiero dejar pasar más días sin dejar constancia de mi apoyo a una Comunidad religiosa, los benedictinos del Valle de los Caídos, que, a pesar de la presión, a pesar de la persecución, a pesar de la insidia, no renuncia a la encomienda de rezar y oficiar todos y cada uno de los días del año por los caídos, por todos los caídos, de la guerra civil.

No quiero dejar pasar más días sin hacer pública mi adhesión, con admiración, a la decisión de unos monjes jóvenes, valientes, entregados, que no admiten componendas ni transacciones, que no quieren ser timoratos, que no quieren sumarse al compadreo habitual de los poderes, al cambalache de yo te doy esto si tú me permites lo otro, a las conveniencias y connivencias entre unos y otros, que no están dispuestos a ceder y entregar una Basílica al odio y la revancha, subvirtiendo los fines para los que fue elevada, y que, ante la decisión, injusta, ilegítima e ilegal de un gobierno de prohibir a los fieles asistir a la Santa Misa, han decidido oficiar al aire libre, no teniendo más bóveda que la del cielo, ni más Cristo que el que está en lo alto, a las puertas de un recinto sagrado, ni más altar que una humilde mesa, ni más columnas que los pinos. Yo he estado allí y es uno de los pocos momentos intensos de Fe que un católico guarda en su memoria. Una Santa Misa de catacumbas, bajo vigilancia policial y que, en cualquier momento, pudiera ser dispersada con botes de humo y balas de goma.

No quiero dejar pasar más días sin manifestar mi repulsa, clara y rotunda, ante los hechos y las palabras de unos y de otros, y, por supuesto, ante los silencios cobardes de tantos, ya sean autoridades eclesiásticas o civiles.

Desde hace tiempo, por razones muy diversas, cobijándose en el amparo de una ley de revancha, se quiere cerrar un templo, se quiere desacralizar un templo, se quiere volar, espiritual, física y estéticamente, un lugar sagrado. El Valle de los Caídos molesta y molesta a la izquierda, pero también molesta al centro derecha que no quiere ni oír hablar del tema y que es incapaz de alzar la voz para decir NO al iconoclasta de la Moncloa. El Valle de los Caídos, la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, fue creado para ser morada de reposo eterno de aquellos caídos en la guerra que no tenían sepultura, que habían quedado en las cunetas, que estaban enterrados de forma conjunta, rojos y azules, con sus huesos entremezclados en los cementerios de los frentes. Se quiso que reposaran juntos y que una Comunidad benedictina rezara todos los días del año por sus almas bajo el signo redentor de la Cruz. Hoy se quiere poner punto y final a tan noble fin, precisamente porque lo que molesta es el rezo y la reconciliación de las almas.

Lo que el gobierno persigue es que el último obstáculo que existe para cerrar y dinamitar el Valle de los Caídos, aunque la voladura consista en dejar que se derrumbe, deje de ser el último valladar. Lo que el gobierna busca es obligar a la Comunidad de los benedictinos a abandonar aquel sagrado lugar. No les bastaba con prácticamente cerrarlo, con poner mil y una trabas para hacer desistir a los que cada día acudían a la Santa Misa, con casi obligar a los monjes a rezar rosarios en la clandestinidad de una Basílica sumida en el más oscuro de los silencios. No era suficiente. Por eso, ahora, han decidido que nadie pueda acceder a la Santa Misa; que nadie pueda acudir a un templo que además es un cementerio a rezar por sus familiares allí enterrados, porque frente a los pocos que ahora afirman que sus deudos están allí a la fuerza son decenas de miles de españoles los que tienen por orgullo que uno de sus familiares repose en un suelo dos veces sagrado junto con quienes ya están en los altares.

No quiero dejar pasar un día más sin advertir que vamos a defender, con todas nuestras fuerzas, con todo el peso de la ley, en España o ante las instancias internacionales, ante el Episcopado o ante Roma, la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos en toda su integridad. Y lo haremos, entre otras razones, porque así nos opondremos a la corriente laicista-anticlerical denunciada por Su Santidad.

Quiero cerrar estas apasionadas líneas recordando que cuando se cede una vez se acaba cediendo siempre; que cuando se entrega un templo se acaban entregando todos los templos y la propia Fe. Yo al menos, como muchos españoles, no estoy dispuesto a permanecer refunfuñando escondido en el último rincón de mi morada o haciendo cábalas sobre los réditos electorales de mi silencio.

Rafael Lopez-Dieguez Gamoneda (Secretario general de Alternativa Española (AES).

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